domingo, 6 de julio de 2008

Los tambores de Copeland detuvieron la lluvia en Bilbao

"Los tambores de Stewart Copeland pararon la lluvia en pleno concierto de The Police en Bilbao"

Los más avispados de los 35.000 tíos y tías que subieron a Kobetamendi el viernes aguardaban frente al escenario donde iba a tocar The Police, mientras unos cuantos despreocupados bailaban en la otra campa con el final de The Charlatans. Fue entonces cuando, maldición, apareció la lluvia. Se hubiera agradecido horas antes, después de todo un día con el sol carbonizando las capas más superficiales de la piel, pero en ese momento no hizo mucha gracia, vaya. Corriendo para coger sitio y al pasar delante de una carpa sonó el 'My Sharona' de The Knack, que supuso un subidón y la alegría de pensar que qué más daban cuatro gotas.



Pero en el instante en que Sting (voz y bajo), Andy Summers (guitarra) y Stewart Copeland (batería) salieron a escena y atacaron con 'Message in a Bottle' llovía como sólo el cielo de Bilbao sabe hacerlo cuando no se necesita. Era para temerse lo peor, claro que nadie contaba con las artes nigrománticas de Copeland. Dios, si es que la pantalla gigante mostraba su cara de alquímico, los ojos perdidos tras las gafas, enfrascado en encontrar la fórmula perfecta, el ritmo que atraviesa cuerpo y mente, cavilando a contratiempo... y supimos que tiene un poder. A baquetazo limpio, desarboló las nubes, y, en serio, en la segunda canción, 'Walking on the Moon', él paró la lluvia. Por eso Sting lo presentó como Súper Copeland.



Ahí estaban, tres tíos sonando como seis. Alguien había dicho del concierto de Valencia celebrado el martes que Sting mostraba carencias vocales cuando acometía sus himnos. Pues o estaba muy equivocado o el músico ha recuperado sus dotes en pocas horas. ¿Gracias quizá al sexo tántrico? Quién sabe. También decían que las pantallas gigantes descubrían «sus rostros, cuajados de arrugas y canas».
Apretada camiseta


Aquí hay que discrepar. Será mejor que, llegados a este punto, los novios de las que ayer estuvieron en Kobetamendi salten a otro párrafo, porque es inevitable comentar 'lo de Sting'. Lejos de revelar defectos, las pantallas se convirtieron en punto de atracción cada vez que la cámara enfocaba al canoso de barba.
Ellos decían: «Está en una forma física envidiable». Ellas, sin tapujos, envalentonadas con la disculpa de que el tipo tiene 57 años, admiraban el relieve de sus pezones punzantes bajo esa camiseta tan apretada que dejaba sin respiración -a las espectadoras, no a él-; contemplaban sus ojos azules de pillo en esa cara de duende con barba, se detenían en su look de marinero cachas, en sus masculinas botas de militar... Vamos, que entenderán por qué es mejor censurar las frases que pudieron atraparse al vuelo durante y después del concierto. El espigado Copeland, a punto de cumplir 56, aún parece un estudiante de medicina, y Summers... bueno, Summers está algo más cascado porque tiene 65 años, algo que se olvida cuando pone en marcha sus dedos y obra el milagro sobre la guitarra.

Uno de los picos del concierto fue con 'Wrapped Around Your Finger': acariciados por las finas percusiones -ésas son las leyes de Copeland- muchos sintieron escalofríos que los más duros achacaron al fresco y la lluvia de la noche, pero no era por eso la piel de gallina. Sting pedía que su público le acompañase, momento del que los que acostumbran a ir a conciertos suelen aborrecer, que tanto trabajo agota, oiga, pero aquí fue diferente; el cantante y bajista invitó una y otra vez a sus fans a entonar con él, y éstos, sumisos, encantados. Poco a poco, con Copeland en plan locomotora capaz de arrastrar a todos desde Beyena (¡cuánta publicidad gratuita!) hasta la cima de Kobetamendi, fue llegando, lástima, el final. Quedaba aún vibrar con la genial 'Can't Stand Loosing You', la imprescindible 'Roxanne' -con un 'duelo' entre Summers y Sting- y la hermosa 'So Lonely'.

Y sonó 'Every Breath You Take'. Vinieron a la memoria Nemesia y Emérita, las buenas mujeres de 76 y 96 años que soportan estoicas nuestros vicios musicales en el caserío de enfrente, y pensamos que ésta sí, que ésta la tenían que conocer. Fue de verdad bonito, sencilla y perfecta palabra. Para entonces, con el show a punto de acabar, el hechizo de Copeland se deshizo y las nubes descargaron sobre nuestras cabezas su lluvia del infierno. Pero qué más daba ya todo, nada podría robarnos la sonrisa tonta de los seres felices. Si alguna vez les fuimos infieles, volvimos a enamorarnos de Police.

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